Buufff... qué liada voy y qué mal de tiempo...
Os voy a enseñar una cosilla que llevo preparando muy poquito a poco desde hace bastante tiempo...
Va un adelanto.
Espero que os guste...
Capítulo 14. La Escuela de Alquimistas de Morcar Los cuerpos mal formados por las aberraciones de Alexander no servían mas que para adormecer los hambrientos estómagos de los ogros, incluso alguno que otro despreciaba con unas series de gestos y gruñidos esas carnes, no obstante terminaban devorando hasta los huesos de esos seres mal hechos, y alguno más exquisito terminaba devorando algún Orco o Goblin que se interpusiera en su campo de visión, aclarando que eran carnes mas tiernas y jugosas…
Durante mucho tiempo estuvimos ciegos al no darnos cuenta de los hechos que se acontecieron hasta hoy. Como pudimos pensar que semejantes ataques tan ordenados hasta el mínimo detalle hubieran podido ser obra de unos insignificantes orcos, He descubierto que desde principios de la guerra cuando crearon las razas de Goblins, Orcos, Fimirs y Ogros, por si mismos eran destructivos pero enseguida caían en trampas sencillas, emboscadas y demás artimañas. Ni tenían idea de por donde atacar ni a quien, un autentico desastre, por eso al principio de los tiempos los orcos no eran considerados muy peligrosos, tan solo una molestia mas entre otras para el Emperador. El enfado de Morcar no fue más que el principio de una búsqueda sin claro límite de tiempo. Conjuros, pócimas y todo lo que hiciera falta por intentar crear un engendro mezclando todas las razas en espera de un líder orco que acabase de una vez por todas con el Imperio, pero nada mas lejos de la realidad sus intentos no eran mas que atrocidades contra natura y sus creaciones fueron saliendo de mal en peor, En la primera ornada los orcos salieron con una considerable cojera (eran muy lentos y torpes).
A partir de este tramo, todo fueron sucesivos fracasos. Individuos ciegos, con serios retrasos mentales, incapaces de recibir una simple orden, varios especimenes incluso nacieron sin cerebro muriendo al instante, algún individuo incluso suplicando la muerte, a causa de los terribles dolores y tormentos que las enfermedades congénitas le causaban… También varios de los monstruos aparecieron invertebrados, desplomándose contra el suelo incapaces de tenerse en pié…
Incluso una de las pocas veces que Morcar, bajó a los laboratorios de Thaclat, se encontró con una banda de orcos juguetones que carecían de malicia alguna. Los destruyó con un gesto de su mano, y su paciencia se agotó…
Thaclat el alquimista acabó dentro de su horno. A una orden de Morcar, los cuatro guerreros de Caos que custodiaban la puerta se acercaron al viejo químico y lo introdujeron dentro del crisol encendido, mientras todavía gritaba y maldecía…
Morcar mostró su beneplácito al observar cómo aquel viejo inútil recibía su merecido
El Gran Morcar mandó llamar a uno de los más aventajados discípulos de Thaclat, preguntándole con voz cavernosa si se veía capaz de satisfacer sus deseos, y mejorar el trabajo de su maestro.
El muchacho se negó, alegando que no tenía los conocimientos necesarios, y los ojos encendidos de Morcar fueron lo último que vio antes de acabar en el horno, junto con el aún llameante cuerpo de Thaclat.
Varios aprendices más encontraron su final aquella noche. Comida de Ogros, diversión para los Licántropos, encerrados con el Minotauro… ahorcados con intestinos de sus compañeros, en el foso de las víboras… La cobardía e inutilidad de aquellos chicos era castigada sin freno alguno. Las temibles hachas de Caos bajaban certeras llenas de sangre, aplastando y cortando cráneos de jóvenes alquimistas.
“¡ Inútiles !” –espetaba Morcar. “¡ Moriréis todos esta noche ! Bajaré al mismísimo infierno para seguir haciéndoos sufrir !”
“Aunque deje toda la tierra sin alquimistas, os juro que os destruiré a todos esta misma noche. Convertiré la escuela de alquimistas en un cementerio de inútiles. Ni siquiera esas despreciables criaturas que guardáis adormecidas en vuestros laboratorios se salvarán de mi ira”
Fue en ese momento, cuando uno de los pocos chicos que aún quedaba con vida, el joven Alexander, muchacho perspicaz y de mirada escrutadora, avanzó decidido hacia Morcar, y con fuerza y decisión en su mirada, aunque balbuceante, al tener enfrente al Gran Morcar le dijo:
“Mi Señor, dadme a mí la oportunidad de crear el caos para Vos, y no os defraudaré”
La mano enguantada de Morcar se alzó, y la masacre se detuvo de inmediato. Unos jóvenes aprendices se ocultaron detrás de unos barriles.
“Crea al guerrero que con tanta ansia he esperado, y conocerás los placeres de la corte del Gran Morcar, Serás mi alquimista. Dirigirás mis laboratorios y solamente a mí deberás obediencia, muchacho.
Fracasa, y ninguno de los infiernos, será suficiente para soportar las penas que inflingiré a tu alma…” Le dio Morcar por respuesta.
Alexander se arrodillo complacido.
Alexander eligió a dos ayudantes entre los pocos supervivientes de aquella barbarie.
“Vuestras miserables vidas, se han alargado momentáneamente, gracias al Maestro Alexander, agradecédselo con trabajo y dedicación” Dijo Morcar mientras se retiraba escaleras arriba. Justo antes de salir, se dirigió a los dos guerreros guardianes de la puerta del laboratorio y les encomendó una sencilla misión:
“Separad a mis alquimistas y matad al resto”
El suelo del laboratorio se tiño de carmesí para siempre…